
Ciclo «La lluna en vers». Santuari de Consolació, Sant Joan, sábado 9 de agosto de 2025
Buscar a Niño de Elche
Niño de Elche (voz y guitarra española), Xisco Rojo (guitarra eléctrica y española) y Susana Hernández / DJ Ylia.
Soleá Morente (voz), Rubén Campos (guitarra eléctrica y española), Gonzalo Navarro (guitarra eléctrica, acústica y bajo) y Benji Habichuela (percusión).
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna (ver galería)
Qué gran, grandísima heterodoxia la de aquella noche. Lo fue porque la causa, fundamento y leitmotiv fueron solo una: la creatividad. Decir que el concierto conjunto de Niño de Elche y Soleá Morente era el más destacado del ciclo “La lluna en vers” (juntos en cartel, que no es escena) tampoco es exacto, porque todo lo que programe esta iniciativa de Fundació Mallorca Literària es extraordinario, único y distintivo respecto a toda la temporada. Pero es que vaya velada. Benditas herejías apabullantes.
Salió la banda y salió Soleá para abrir, que comenzó recitando a Clarice Lispector. Formación ya novedosa de inicio con guitarra eléctrica, española y batería que arranca con pad de percusión, para luego pasar a cajón y caja. En pantalla, dibujo de una Gala daliniana en su ventana, después de una Nuredduna. La primera, en clave de pop aflamencado, avanzaba el corpus musical mayoritario de la actuación.
La hija menor del cantaor Enrique Morente y la bailaora Aurora Carbonell cantó y recitó a Caballero Bonald, Carmen Martín Gaite, el Goytisolo mayor o los hermanos Machado, pero como no hay que olvidar nunca que no se considera cantaora pero sí flamenca, su autenticidad, verdad y caudal están también en cantarle a Marcelo Criminal, a la Sala Siroco, a la cerveza y al agua mineral, o a Kill Bill. Canción en la que además tuvo los arrestos de rearrancarla porque el bajo sonaba histrión, impidiéndole cantar. Y por supuesto, su legitimidad también reside en esos dos zurriagazos electrónicos finales entre Camela y una pista de coches de choque.
Ya se ubica que esta Morente no es un portento de voz, pero desde luego tiene muy buena comunicatividad. Me gustó en los picos porque le da igual no llegar a torrencial sino pellizcar, y por norma lo consigue (alcanzó varios hitos, el más rotundo en la interpretación bajo la mirada del padre desde la pantalla de vídeo). Las cotas de belleza las alcanza con las tesituras cristalinas, y en las más delicadas es cuando más olas arriban a las orillas.
Lo de Niño de Elche fue una barbaridad. Inabarcable, lanzó tantas cuerdas que no sabías de cuál tirar. Este hombre no tiene un cerebro sino la fosa de las Marianas. No necesita tripas porque tiene ahí una noria constante. Tiene a Medusa en la garganta, porque escuchar ese muro de voz y esa afinación impresionantemente exacta, deja de piedra tímpanos y pupilas. Porque uno toma notas durante las actuaciones para acelerar el redactado posterior, pero este Niño no te deja: mientras actúa no puedes quitarle ni oídos ni pupilas.
Dijo que iba a dar “un concierto de repertorio (…) de esas cositas que dice mi madre que he hecho los últimos años”. Y que le pareció que “sois público inteligente. Se nota que habéis bebido. Y hasta habrá quien ya se haya drogado”. Lo último no hubo tiempo de contrastar si era cierto, lo primero es un mentirón: no fue un concierto sino un antes y un después, y no cantó cositas sino que convirtió al pavo real más exuberante en un abanico de saldo.
Cantó, declamó, susurró, silbó, gritó. Se acercó al flamenco desde lo anglosajón (Tim Buckley) para recordar que “Lorca es un buen aliado para acercarnos a eso que no sabemos qué es, y que se llama flamenco”. Ya había despeinado a cada asistente, y apenas había llegado a la mitad de su actuación: entonces salió la DJ. ¿Hard flamenco? Lo que sea, pero igual de tremebundo. Igual de inflamado y creativo. Afirmó que “el ravero es el más despreciable de los hombres”, y fue precioso ver a gente abandonando.
Tal vez sin quererlo, definió lo que debe ser su público: “Cualquiera que lo que busca no lo encuentra, y lo que encuentra no lo busca”. Tal vez sin quererlo, indicó cómo aprovechar la puta vida: buscar siempre a Niño de Elche.
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